domingo, marzo 12, 2006

Apología del tedio

Paloma pasajera

Heme aquí. De nuevo. La monotonía del entorno sólo es comparable a la
tediosa repetición de la rutina cotidiana. La luz ilumina la estancia al
llegar, descubriendo el mobiliario habitual. Te has acostumbrado al
agradable olor que desprende el jamón, pero no lo tocas porque tu vagancia
aún supera a los endebles intintos alimenticios. Las acciones se suceden
conformando un pasatiempo irrisorio que se cruza con lo imaginario. Miras
por la ventana. La visión de la paloma que lleva muerta casi un mes en el
tejado de enfrente conduce tu reflexión hacia algo con lo que otra persona
no encontraría ninguna vinculación. ¿Qué pensaría Belén de mí en realidad?
Está claro que ahora no soy nada para ella. Soy para ella lo que esa paloma
muerta es para mí. Nada. ¿Estoy muerto? No, creo que sigo aquí, al menos por
el momento. Durante un instante siento una preocupación interesada por las
causas que provocaron la muerte de esa paloma, al igual que me gustaría que
Belén se preguntase por las de nuestra amistad. La salida de ese pensamiento
no es relajada. La imagen de la realidad que se encontraba borrosa se torna
nítida de repente, pero un obstáculo interfiere con violencia. Un vecino
parece observarme desde su ventana. ¿Habré hecho algún gesto ridículo
mientras navegaba por mi mundo? Me miento diciéndome que me da igual
mientras me alejo avergonzado por esa posibilidad. Odio las intromisiones
ridículas de la realidad en mi vida interior. Este mundo compartido parece
tan minúsculo y falto de interés...La ocupación opresiva de leyes y normas
morales que lo regulan y restringen lo hacen aburrido y tremendamente
vulgar, sin duda este último el peor de los calificativos posibles.


de la Bastida

 
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